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Carta sobre el agua en Puerto de Cabras, octubre de 1909

Recientemente hemos recibido correspondencia del viejo Puerto de Cabras. Unas letras que nos manda un viejo amigo, Manuel Déniz Caraballo quien, como sabemos, viene haciéndose cargo de la escuela de niños de la localidad junto a otras muchas actividades.

 En esta ocasión nos habla del agua, un tema que, hoy como ayer, en Fuerteventura, nos arrolla en el desconcierto. Apenas hará cinco años que llegó el Batallón Cazadores a Fuerteventura, yo llegué -me dice el señor Déniz- al año siguiente, en 1905 creo recordar.


Hoy que celebramos la llegada del telégrafo -comentaba el viejo maestro-, sufrimos con el abastecimiento de agua a la población. Por todas partes se extiende la crítica de que si se vende el agua que llega en barricas a bordo de angarillas de camello o en la panza de los correíllos... La prensa -remata- no ayuda a esclarecer qué está pasando con el agua.

Don Manuel Déniz intentaba justificar a los gestores municipales de Puerto (el cabildo aún no había llegado), entonces responsables del suministro a la población y a los destacamentos militares. No se está cobrando -decía aquel docente de 1909- más que a los pudientes porque, de otra forma, no se puede garantizar las operaciones de suministro.

Se lanzó el señor Déniz a denunciar la calumniosa campaña que, según él, arremetía contra honestidad de las personas que en Fuerteventura se esforzaban personal y pecuniariamente para lograr que la gente tuviese agua. No le vamos a desmentir, porque los tiempos parecen no transcurrir en este ingrato tema; máxime cuando el propio Déniz Caraballo arremete contra los promotores de lo que llama infame calumnia.

Y el periodista, maestro de escuela y activista social en Puerto de Cabras y demás centros en que estuvo destinado, se apresura en extractarme una letras de lo que publicó en la prensa de entonces:

"Esto es lo que aquí ocurre con el agua. En Fuerteventura no llueve desde enero de 1907. La escasez es grande, se carece de ella y, en algunos pueblos, no hay para apagar la sed de la gente.- Y Puerto de Cabras, donde residen las primeras autoridades, donde se hallan establecidas las principales casas comerciales, donde reside el Batallón Cazadores de Fuerteventura 22, donde están todos los empleados, incluidos los del Estado, es donde más duro se han sentido las consecuencia de la larga sequía. El agua que hay en el subsuelo es salobre y en las cercanías no hay fuentes de donde extraerla [Al aparecer La Esperanza de Tesjuates no convenía mentarla o los niveles habían bajado su caudal por la falta de lluvia]…"

"Lo que sí posee Puerto de Cabras es multitud de depósitos y aljibes de agua potable pero, al prolongarse la sequía, están secos hace tiempo... Así es que las autoridades se pusieron a gestionar la traída de agua desde el interior, a bordo de camellos..."

Sin embargo, la calidad del agua no era la adecuada, llegaba molida en barricas de madera y con olor desagradable y, encima, se vendía al precio de 30 céntimos el garrafón mediano. Tuvieron que buscar otras soluciones. Así me lo contaba el maestro de Puerto de Cabras en su vertiente epistolar:

"A través de la prensa se dio a conocer la aflictiva situación de Fuerteventura en el mundo pues la prensa canaria se volcó en una campaña de signo muy distinto al que emplearon los difamadores: La respuesta no se hizo esperar y de Tenerife y Gran Canaria llegó un agua de gusto y olor muy desagradable porque, por mucho que se fregaran los envases en que se transportaba, siempre quedaba el recuerdo de lo que en otro tiempo llevaban aquellos barriles (vino, aguardiente, aceite...)."

Manuel Déniz me decía en su carta que la situación de Fuerteventura, pese a los esfuerzos empleados, no estaba resuelta. Hasta que la alcaldía de Puerto hizo las gestiones oportunas ante la Compañía de Vapores Correos Interinsulares Canarios para que en la panza de los buques se trajesen los donativos de agua que empezaban a ofertarse, fundamentalmente desde Gran Canaria y de Tenerife. Por fin llegaba agua de calidad en recipientes de hierro, pero sólo era un paliativo, un abasto precario.

Vendrían muchos más episodios de sequía y de sed. El tiempo nos lo ha confirmado más de un siglo después de la época de escasez que nos contaba Manuel Déniz Caraballo.

Otro cronista posterior, sesenta y pico años después, gritaba de contento y narraba que, como una tromba, el agua entró en la prensa de finales de 1960: Juan José Felipe Lima elogiaba la noticia en que se anunciaba la llegada de la planta desaladora de agua de mar a Fuerteventura; se crearon las grandes redes hacia el norte y sur de la isla y aquello que pareció un sueño, es ahora pesadilla que nos maltrata y desconcierta.

Los cronistas del pasado nos hacen reflexionar sobre cuánto hay por hacer en el suministro de un bien básico, de un derecho humano básico, el de beber y asearse.

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