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Juan Camejo Miller y sus apuntes, (entre realidad y ficción)





Historiar es muchas veces identificarse con los hechos que estudiamos quienes gustamos de evocar asuntos pasados, con la forma de narrarlos. Hacer la historia es un poco eso, aventurarse en hipótesis, dar rienda suelta a una imaginación que, muchas veces, empatiza con quienes protagonizan el suceso pretérito, haciéndonos pasar del rigor a la cuasi fantasía. Este es el caso.
Yo andaba cargado de papeles, de un sitio para otro, buscando mesa y asiento donde consultar el tema que me traía al archivo… Que no había otro sitio -me dijeron- porque la sala de investigadores estaba ocupada por un cúmulo de cajas de libros recién editados por la institución. Bastante nervioso y agobiado por aquella carga no pude mantener el equilibrio, cayendo al suelo dos legajos de entre los cuales se deslizó un cuadernillo no muy voluminoso.
En mi deambular escuché a dos personas que supuse arqueólogos por el tema que trataban: habían encontrado un pecio en que se adivinaban distintos cañones de lo que podía ser un barcos del siglo XVIII.
En el rinconcito que por allí encontré, continuamente mirado por la funcionaria vigilante, pude sentarme y entre mis rodillas y el suelo compartí las carpetas que me traía: Recaudación ejecutiva del muy ilustre ayuntamiento de La Oliva, 1890-1900. Tal era el título que identificaba a la que se descosió, dejando caer aquel cuadernillo que me apresuré a leer.
Bueno, al menos intenté leerlo, porque, de entrada, me lo impedía una nota cosida que envolvía todo el documento: se trataba de una hoja del periódico La Provincia, de 28 de mayo de 1912 con la siguiente anotación: “Entre los papeles del señor Juan Camejo Miller, recaudador de La Oliva, apareció este recorte de prensa.- Rubricado, El Archivero”.
El artículo señalado se refería a un cierto tesoro:
“…en sueños. Desde hace varios días, varias personas se han dedicado a buscar un tesoro en una playa de esta isla, trabajando sin resultado hasta el presente. El sitio fue señalado por una vecina…”
Y a esta hoja de periódico se unía el puñado de folios escritos por el propio recaudador olivense, donde confesaba que la vecina que apuntó el lugar en que debía excavarse para buscar las monedas era doña Bernarda Hernández, natural de Tetir y residente en Puerto de Cabras… septiembre de 1912.
Fue el dato somero que al archivero de la institución le hubiera gustado ceder a los arqueólogos que con él seguían hablando: Que ellos se  encargarían -les oí decir- de las prospecciones que se hicieron por tierra y por mar; en la cueva del dinero y en el entorno del Bajo de La Burra, muy próximo a lo que la toponimia denomina Caleta del Barco, entre Corralejo y El Cotillo.
[continuará]

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